2012
Antón Costas: La ceguera de nuestras élites (7-10-2012)
A estas alturas de la película de la crisis que estamos padeciendo, dos cosas son evidentes, al menos para aquellas personas pragmáticas que, para formar su juicio sobre la realidad, miran los datos sin dejarse llevar por prejuicios ideológicos.
La primera es que las políticas de austeridad no funcionan como vía para salir de la crisis, ni tampoco para el objetivo de reducción del déficit público. Al contrario, empeoran ambas cosas. Todos los países del euro que se han visto obligados a tomar dosis fuertes de austeridad están peor que al principio. Y aquellos otros que han tomado dosis más suaves tampoco están mejor. Este resultado es coherente con lo que nos dice el mejor conocimiento económico existente sobre los efectos de la austeridad practicada a lo largo del siglo pasado.
La segunda es que la austeridad empeora la salud social y política de los pacientes, generando fracturas de la cohesión social y quebrantos políticos. Portugal es un buen espejo. Su experiencia con la austeridad muestra que da lo mismo ser mal que buen alumno: los resultados son siempre malos. Después de año y medio de soportar estoicamente una austeridad salvaje para no caer en el estigma griego y con la esperanza de que valdría de algo, ese hilo de esperanza se rompió cuando, el 7 de septiembre, el Gobierno anunció una nueva vuelta de tuerca, con una reducción lineal de siete puntos de los salarios para transferirlos a las empresas. La medida fue vista por todos como socialmente injusta y económicamente ineficaz. Los ciudadanos rompieron su estoicismo y salieron masivamente a la calle. El Gobierno, aunque en pie, ha quedado noqueado y forzado a volver sobre sus pasos.
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